Título original: Etat de siege

Dirección: Constantin Costa-Gavras

Año: 1973

Duración: 125′

País: Francia

Guión: Franco Solinas y Constantin Costa-Gavras

Música: Mikis Theodorakis

Fotografía: Pierre William Glenn

Intérpretes: Yves Montand, Renato Salvatori, Jacques Weber, O.E. Hasse, Jean Luc Bideau, Maurice Teynac, Evangeline Peterson

Premios: BAFTA: Premio especial de Naciones Unidas.

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Una vez más nos encontramos con uno de nuestros directores favoritos en esto de tratar temas políticos y la historia en el cine. En este caso Costa-Gavras nos lleva al Uruguay (aunque no se pronuncia es más que evidente) de principios de los setenta, para tejer una historia de alto contenido basada en el caso del secuestro y asesinato de Dan Mitrione, agente de la CIA operativo en aquel país.

A finales de los sesenta Uruguay no era una excepción a los hervores políticos de toda América Latina. El pequeño país había venido siendo la «Suiza latinoamericana» por su reciente prosperidad y estabilidad gracias a las exportaciones ganaderas, sobre todo. Pero aparecida la competencia frenada la expansión, y la entrada en crisis se pone en marcha. Si al deterioro socio económico le unimos que en ese tiempo de prosperidad se había gestado un sistema político equilibrado en alternancia entre «Blancos» y «Colorados», que como no es sorprendente, acabó por convertirse en un contubernio inamovible de burócratas acomodados con difícil capacidad de reacción ante los problemas y garante de la perpetuación del estatus oligárquico y de los intereses internacionales, más la gestación de un movimiento de izquierdas cada vez más influenciado por la larga sombra de la revolución cubana y los escritos y experiencias de Règis Debray y el Ché Guevara, empezamos a tener el cóctel que fue repetido hasta la saciedad por todo el continente.

En ese contexto fueron formados, en 1966, los Tupamaros (o MLN -Movimiento de Liberación Nacional-). Un grupo de izquierdas que pronto comenzó a considerar la vía violenta como único camino hábil hacia la revolución. Influenciados por la teoría del foquismo, supieron adaptarla de su versión rural a urbana (era un suicidio plantear una guerrilla rural en un país con la orografía uruguaya), y llegaron a tener gran predicamento entre la mayoritaria clase media urbana e incluso entre cuerpos de la oficialidad militar, probablemente porque sus acciones iniciales tenían más de «robinhoodescas» e incluso cómicas que terroristas o guerrilleras, causando sensación más allá de sus fronteras y siendo ejemplo para otros grupos armados de la Nueva Izquierda surgidos en Europa. Pero las cosas pronto empezaron a endurecerse y ponerse serias.

En 1970 los Tupamaros secuestraron y asesinaron a Dan Mitrione, agente de la CIA de «gira» por latinoamérica como asesor en contra-insurgencia para las policías de estos países. Esta es la base del filme, y bajo el nombre de Philip Michael Santore se emula a Mitrione en la piel de Yves Montand. A su vez se secuestra al Cónsul de Brasil y se falla otra intentona contra el secretario de la embajada de EEUU. Ambos personajes importantes, pero…Santore, ¿quién es Santore? Con esta pregunta lanzada por la prensa acaba el largo prólogo al film. Desde aquí, entre el «juicio popular» al que se somete a Santore, más las indagaciones de la prensa, se nos va destapando el entramado montado desde la Alianza Para el Progreso (inaugurada en tiempos de J.F.Kennedy), entre cuyas funciones estaba el adiestramiento de las fuerzas de seguridad latinoamericanas para ejecutar la guerra sucia contra la insurgencia izquierdista ante el fuerte temor a encontrarse con un continente lleno de réplicas cubanas. Dicho entrenamiento incluía las tristemente famosas técnicas de secuestro, tortura, ejecución y desaparición que harían estragos hasta los años ochenta, primero organizadas por los escuadrones de la muerte parapoliciales, apoyados en sectores de la oligarquía y la ultraderecha, y más tarde como forma oficial de actuación de las dictaduras militares.

De este modo Estado de Sitio (rodada en el Chile previo al golpe del 73) se configura como una película de denuncia con un altísimo contenido político en su narrativa. Pese a tener un cierto tono de justificación de la acción terrorista, es rigurosa en la contextualización, y tampoco es carente de una cierta crítica final, o al menos esa es mi interpretación cuando, en la escena final, el ataud con el cuerpo de Santore asciende de un avión mientras por otro desciende su sustituto, como una especie de mensaje final sobre la inutilidad de la lucha armada ante un enemigo poderoso y decidido a ser aún más sucio que sus oponentes.

La dictadura militar no llegó a Uruguay hasta 1973, y una vez que el Ejército tomó las riendas de la lucha contra la guerrilla, esta fue sofocada en muy poco tiempo. Afortunadamente para los Tupamaros dicha dictadura, aún siendo dura, no fue, ni mucho menos, tan cruel, despiadada e indiscriminada como sus «primas» chilena o argentina. Gracias a ello los Tupamaros pudieron sobrevivir en la cárcel e incluso mantenerse organizados. Tras la vuelta de la democracia en 1985, casi todos se integraron en la nueva vida política y muchos han ocupado puestos prominentes en los gobiernos uruguayos del Frente Amplio, organización política que finalmente rompió con el bipartidismo tradicional. La historia planteó al final la disyuntiva de si la violencia fue útil para algo cuando la legalidad les abrió el acceso del poder. Pero eran otros tiempos…