Título original: Five minutes of heaven

Dirección: Oliver Hirschbiegel

Año: 2009

Duración: 90′

País: Gran Bretaña

Guión: Guy Hibbert

Música: David Holmes

Fotografía: Ruairi O’Brien

Intérpretes: James Nesbitt, Liam Neeson, Anamaria Marinca, Conor McNeill, Richard Dormer, Mark Davidson, Kevin O’Neill, Gerard Jordan y Juliet Crawford.

Premios: Sundance: mejor dirección internacional. World Cinema: mejor guión

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En menudo berenjenal se mete el alemán Hirschbiegel con esta película. Vamos al grano. Cuenta la historia, ficticia, de un joven norirlandés recién alistado al Ulster Volunteer Force, el grupo terrorista que emergió como oposición al I.R.A., es decir, unionista y protestante y que se dedicó a matar católicos republicanos ayudando a que  la violencia en Irlanda del Norte no fuera ya una cuestión de nacionalistas irlandeses frente a la ocupación británica, sino que además adquiriera tintes de guerra civil intestina. Dicho joven asesina a mediados de los años 70 a un católico en presencia de su hermano menor.

Veintitantos años después, con el proceso de paz de Irlanda del Norte en marcha, y tras haber cumplido condena por aquel crimen, a un programa de televisión se le ocurre encontrar delante de las cámaras a asesino (Neeson) y hermano de la víctima (Nesbitt) como show-experimento metafórico de la reconciliación. El encuentro no llega a producirse, pero ambos compartirán durante unas horas la casa en la que se prepara el rodaje. Esta parte es lo mejor de la película y donde se plantean todas las cuestiones. Mientras que Neeson está abajo, en el lugar de encuentro, grabando su discurso introductorio, Nesbitt aguarda en una habitacíón de piso superior. La posición de cada personaje se nos mostrará rápidamente.

Neeson quiere conocer a esa persona a la que destruyó la vida, quiere verla y no espera un perdón, tan solo quiere intentar hacerle entender que entonces era un joven radicalizado con delirios de grandeza que quería matar a un católico para ser alguien en su comunidad, que había sido inoculado con el virus del odio y el sectarismo, y que está arrepentido, pero que lo que hoy toca es la reconciliación, el olvido y el mirar hacia delante.

Nesbitt, por su parte, muestra una cara totalmente distinta. Por cierto, la interpretación es fabulosa. El personaje no entiende porqué tiene que perdonar a quien mató a su hermano, no acepta que el asesino sea ahora una voz respetada por repudiar la violencia que un día ejerció y que él haya pasado su vida con ese fantasma a cuestas. En definitiva, y como él mismo resume: «no tengo buenos sentimientos». Y esta frase lo resumen todo. Si en la vida normal, en la común interrelación con los demás suceden cosas que hacen que uno se sienta dañado, agraviado, herido o humillado, y que ese dolor te acompañe y te llene la sangre de ira y rabia, ¿qué se supone que debe sentir una persona a la que han arrebatado una vida por las buenas? El culpable ha saldado su deuda con la sociedad y el sistema judicial, pero la víctima guarda un daño irreparable para siempre.

El tramo en que se presentan estos dilemas morales es fantástico, de cine de guión nervioso, que nos bombardea con un sinfín de cuestiones problemáticas. Algo muy distinto de la resolución de la película. Acabado el frustrado encuentro, descubriremos que el, en principio formal y «conferenciante» Neeson, sufre en silencio su pasado, y se atormenta y tortura como su víctima. Busca su redención en el encuentro con ésta, para intentar hacerle ver poner fin al sufrimiento mutuo pasa por olvidar y centrarse en la vida que se tiene. El está solo, pero Nesbitt tiene familia y a eso apela, al abandono del odio para seguir adelante, mientras que él vivirá para siempre con el recuerdo del hombre al que mató y el futuro propio que enterró en aquel momento. Bueno, esto ya lo dijo el maestro Yoda, más o menos. El problema es que después de habernos soltado una carga de cuestiones de semejante calibre, queda muy forzado que precisamente sea el terrorista quien aleccione a la víctima sobre lo que debe hacer y sentir. Como historia queda muy bien, pero me temo que en la realidad, estos sentimientos no son tan habituales. No me extraña que pueda haber quien se sienta algo inquieto, si no indignado, ante los planteamientos finales del filme. Eso sí, insisto, el maravilloso tramo central de la película es de lo mejorcito que he visto en la escasa filmografía que se ha fijado en las víctimas del terrorismo.